El 6 de junio de 1840, Marcelino Champagnat partía al encuentro con el Padre luego de haber destinado su vida a Dar a Conocer a Cristo y Hacerlo Amar. Sus últimos años fueron de peregrinaje a decenas de oficinas que la burocracia de su tiempo tenía como escenario para lograr el reconocimiento oficial de una congregación. Este largo camino de angustias y sin sabores hizo que Champagnat decayera aún más en la enfermedad que lo aquejaba con fuertes dolores de estómago.
Su obra hablaba claramente de su entrega. Junto a su naciente organización, caminaban también las pocas horas de sueño, los sacrificios en la alimentación que se imponía, muchas veces en pos de que sus pequeños Hermanitos pudieran vivir bien. Así, Champagnat se instaló en la vida de quienes lo conocieron, en la vida de quienes recibieron los beneficios de su sueño y en quienes somos parte de la Familia Marista.
Con motivo de conmemorar su muerte, el Diego reunió en batallones a sus estudiantes, dirigidos por sus Tutores, para rendir honores a este hombre sencillo, valiente, trabajador. Que la Buena Madre siga acompañando a esta tropa reunida bajo el alero marista, que Marcelino siga siendo nuestro guía desde su mensaje y carisma, que nuestra vocación se haga cada vez más sencilla, humilde y anónima para así llegar a las enormes alturas que nuestro Fundador conoció al preocuparse de los que no tienen nada.