Un grupo impecable, con preocupación por detalles, viviendo hitos en equipo. Con disciplina, con valores que parecen estar en retirada en estos tiempos de posmodernidad. Sí, con la disciplina que lleva a obtener resultados que limitan con la perfección, pero que sostienen la hermosa carga de estar en las canchas del Diego un sábado por la mañana, con frío o con sol, cuando todos están descansando en sus hogares.

Un orgullo. Jóvenes que no han mercantilizado su tiempo. No cobran, no ostentan, no exigen. Solo piden un puesto, un instrumento, muchas veces el mismo que usó algún hermano o padre ex alumno. El resto es pasión, entrega. Valores que en nuestros tiempos, sea cual sea el oficio lo institución, parecen palabras manoseadas. ¿Qué mueve a un estudiante a golpear un bombo hasta el extremo? ¿Qué mueve a un joven del siglo XXI entonar el Himno de su Colegio gritando como se grita un gol el fin de semana?

La Banda de Guerra es digna de un documental. Nos enseña que por sobre lo personal está el colectivo, el vivir en conjunto con otros por un ideal. Somos testigos de cómo la ciudad se paraliza cuando pasan, aún en tiempos en que pareciera que todos tienen los dardos listos para atacarnos. ¿Podrán los diarios de la comuna hacer un reportaje de nuestra Banda de la misma manera en que se inventa o desprestigia desde la ansiedad por instalar en la sociedad la desconfianza en una organización tan elemental como lo es un colegio? ¿Seremos algún día titular de un medio comunal con Carlos Henríquez, nuestro Tambor Mayor, conduciendo los sones marciales de este grupo?

Gracias querida Banda de Guerra del Diego.