El hombre recién comenzaba a orbitar a la Tierra, ni pensar en llegar a la Luna. Todavía no se sacudía Chile con el Terremoto del 60, ni Mundial, ni televisión en cada hogar. En Quillota circulaban majestuosos autos que hoy ya son pieza de colección, tal vez un Bel Air se estacionó en nuestra calle y pudo ver cómo el Diego Echeverría vivía sus días de Asilo de Huérfanos, educando en Forja y Mueblería.
Uno de nuestros ex alumnos visitó lo que él conoció hace ya 58 años. Pedro Toro fue testigo de cómo crecía esta obra marista en la década de y en estos días fue invitado a recorrer nuevamente los patios que él recordaba con árboles, ovejas.
En medio del bullicio de los recreos o de la tranquilidad de nuestra vieja casona, don Pedro fue recordando detalles de aquellos años. Su memoria intacta revivió su paso por la gloriosa banda del Diego, en donde participó de extraordinarios encuentros en Valparaíso –desfilando por las céntricas calles de esta histórica ciudad- y Papudo, siempre bajo la tutela Hermanos que estaban presentes en todas las actividades.
Don Pedro a través de los años fue educándose en conocimientos muy específicos sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre los detalles más desconocidos de la Guerra del Pacífico. Su paso por el colegio lo formó en el trabajo con fierros, tanto así que se detuvo en algunas piezas forjadas que los alumnos de distintas generaciones han construido y legado, por ejemplo, a la capilla.
Patios de maicillo, un par de tornos que había que esperar con paciencia para usar. Ni pensar en el gimnasio o en nuestras canchas con pasto. El Diego que hoy recibe a don Pedro está lleno de tecnología y comodidades. Sin embargo, niños y jóvenes que hoy transitan por estos suelos son depositarios de 81 años de tradición. Sus pasos han recibido el testimonio de generaciones que han visto cómo sus vidas se formaron bajo el alero del carisma marista.