Despedir cada año a una nueva generación de alumnos que se han formado en el seno de nuestro establecimiento, nos provoca sentimientos encontrados; alegría por la misión cumplida y, a la vez, una especie de desazón por la partida.
De nuestro Fundador hemos aprendido la pasión por educar. Donde no hay pasión la vida está muerta, por eso debemos recuperar el vigor y el aliento que animaron nuestros orígenes en una misión compartida de hermanos, laicas y laicos dispuestos a vivir el carisma marista.
Todo tiempo tiene su momento, los momentos de cada uno son distintos de acuerdo a sus motivaciones. Esperamos que estos momentos sean de recuerdos dulces y que cada fragmento de esta ceremonia les permita recordar, como eran estos hijos cuando vinieron al Diego y cuánto se ha recorrido hasta ahora. El tiempo se ha cumplido, una puerta se cierra, pero, se abren mil nuevas. Los patios grabarán sus risas, las salas sabrán de sus penas y alegrías, de sus travesuras y bromas, de su etapa de jóvenes convencidos que el destino y que la vida les pertenece.
En las últimas semanas hemos compartido con nuestra “Generación de los 81 años” tres hitos significativos para el colegio y para la vida de cada uno de nuestros jóvenes: Cambio de Abanderados, Última Lista y Licenciatura.